
Deambulo aunque vaya con un destino preciso. Voy mirando alrededor. Me paro, giro la cabeza en un ángulo distinto y sigo. Voy a lo mío y, desde lo mío, miro.
A veces veo brillos, reflejos metálicos de los engranajes tras el decorado del mundo. Entonces, como un centauro veloz, lleno el aire de flechas y doy caza a los destellos. Entonces, río y juego; y salto; y me elevo con la alegría azul de un crepúsculo de verano.
Pequeños y humanos somos.
Nuestro interior alberga la inmensidad insondable del universo entero.
Escribo sobre el mundo desde el asombro y la insignificancia, no hay como descubrirse pequeño y humano. O sí: descubrir que todos lo somos. Por eso escribo para todos y a todos alcanzo.
También escribo sobre Dios o el universo. Ya sé que son grandes e íntimos misterios.