Desconectados

Llego a un bar que aprecio pero cuyo café no me aprecia en absoluto —me deja la lengua áspera y el estómago amargo— y pregunto al camarero de siempre: ‘¿Tienes Nescafé?’. Me responde que sí. ‘Pues ponme uno’. ¡Un Nescafé! ¡Quién me ha visto!

¿Tendría que dejar de venir si el café es tan malo? Pues es que no quiero borrar este sitio del mapa. Este bar es más que su café, para mí es un lugar en el mundo.

Seré breve: el camarero de siempre, me ha traído el café de siempre. Aquí delante lo tengo, apartado de mí como si fuese radiactivo.

Alguna célula dentro de mí se ha puesto de luto. El camarero me ha oído y después, me ha desoído. Ha desconectado. Ha pasado de mí. Me ha desconectado. ¿Desconectado he dicho? Sí, lo he dicho. Poca broma con eso.

Hay un escritor, Johann Hari, que en sus celebrados libros postula que la depresión y ansiedad que galopan en nuestra sociedad tienen mucho que ver con la desconexión del individuo con respecto a su entorno. Las causas de ambos sufrimientos, dice, pueden residir en nuestra biología, pero la mayoría se encuentran en la manera en que vivimos actualmente: con falta de relaciones significativas del individuo que está despojado de un lugar en el mundo, de un propósito, de una sensación de pertenencia. Hari ofrece toda clase de entrevistas, investigaciones y ensayos clínicos para concluir que ninguna persona es, ha sido ni debería ser una isla solitaria.

Llegamos solos al mundo y solos nos vamos. En el camino, también estamos íntimamente solos y en esa soledad somos hermanos. Cada uno tiene que encontrar su manera de conectar y mantenerse conectado. La mía es cazar al vuelo nuevas conexiones y cuidar las que ya tengo, aunque el café sea una mierda. Y también, dicho sea de paso, escribir. Es mi manera de bajar el puente levadizo. Escribir significa ‘quédate conmigo un rato’ o ‘tú lo entiendes, ¿verdad?’.

El camarero de siempre me acaba de poner delante una taza con leche caliente y un sobre de Nescafé. Me ha soltado una coña —‘Anda, con lo que tú has sido’— y se ha llevado el otro. Mi célula de luto se alivia. Tú lo entiendes, ¿verdad?

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