Chicle sabor pez espada

Existía una vez un señor muy importante que se llamaba Augusto Globo, que era el propietario de la fábrica de chicles más grande del mundo. De sus almacenes salían chicles para todo el planeta: desde lo alto del monte Fujiyama hasta la sombra de la misteriosa esfinge de Egipto. Aquella fábrica producía chicles para toda la humanidad. El señor Globo tenía tres hijos: dos mayores, Ignatius y Cornelius, y uno pequeño, Petruscus, al que todos llamaban Perico. Aunque iguales a los ojos de su padre, más distintos no podían ser. Los dos mayores eran unos gigantones de malos modales que incordiaban al pequeño sin cesar. Perico, sin embargo, era despierto como una ardilla y sabía esquivar los golpes sus hermanotes.

El señor Globo era el propietario de la fábrica de chicles más grande del mundo

El día que se cumplieron 50 años desde que fabricara su primer chicle, Augusto Globo reunió a sus tres hijos y les comunicó un asunto de la mayor importancia:

—Hijos míos queridos, ha llegado el momento de nombrar un sucesor para mi imperio súper elástico.

Ignatius y Cornelius sonrieron satisfechos, por fin llegaba su hora. Perico, por su parte, se alegró de que su padre por fin descansase un poco.

—Os preguntaréis quién va a ser el heredero —prosiguió el Sr Globo y para consternación de los mayores, añadió: —. Pues bien, ni yo mismo lo sé. Por eso quiero que fabriquéis un chicle revolucionario: el que dentro de un mes me traiga el mejor, ese será mi heredero.

Los tres hermanos se enfrascaron en sus creaciones y trascurrido un mes, presentaron sus chicles ante su padre. Ignatius trajo un chicle elaborado con vainilla de Madagascar, recogida con pinzas de plata bajo la luz de la luna. Cornelius trajo un chicle de menta polar elaborado con hielo de un glaciar azul a punto de derretirse en el mar de Weddel. El Sr. Globo quedó impresionado, ¡qué sofisticados eran aquellos chicles! Cualquiera de los dos, dijo, sería un digno heredero.

—Y tú, Petruscus, ¿qué me has traído?  —preguntó.

—Yo —respondió Perico— he traído un chicle sabor pez espada.

Ignatius y Cornelius sonrieron triunfales. ¡Un chicle que sabía a pescado…! ¡tenían la sucesión ganada! El Sr. Globo miró a su benjamín con lástima, pero quería a sus tres hijos por igual y no quería tomar una decisión sin darles la misma oportunidad a todos. Tomó el chicle de Perico y lo masticó con aprensión. Se le hincharon las mejillas, se le abrieron enormemente los ojos y soltó una sonora carcajada:

—¡Es soberbio! —exclamó.

Ignatius y Cornelius, apresuradamente, se comieron el chicle de Perico sin sospechar lo que se les venía encima. Al momento, les pareció que navegaban a toda vela por el océano Índico: sintieron el viento en el pelo y la sal en la piel; les embargó una sensación de libertad y una alegría tan salvaje que escupieron el chicle escandalizados. En los ojos de su padre vieron un brillo de admiración que no les gustó nada.

Al momento, les pareció que navegaban a toda vela por el océano Índico:
sintieron el viento en el pelo y la sal en la piel

—¡Le ha salido de chiripa! —chilló Cornelius.

—¡Es una auténtica carambola! —gritó Ignatius.

Ninguno de los dos estaba dispuesto a reconocer el talento de Perico.

—Ese no vale —exigieron con rotundidad—. Querido padre, tu decisión no puede basarse en un golpe de suerte. Que traiga otro. En la mitad de tiempo.

El Sr Globo miró apenado a su hijo menor:

—Petruscus, esta decisión es muy importante…

—-Sí, padre querido —respondió Perico—. Lo haré.

Transcurridas dos semanas, Perico se presentó ante su padre y sus hermanos con un chicle de desvaído color rosa.

—¿Qué es esto, hijo mío? —preguntó Augusto Globo—. ¿Qué me traes?.

—Es un chicle sabor Paris.

Mientras Ignatius y Cornelius se pitorreaban de su hermano, ¡qué ideas tan absurdas se le ocurrían! , el Sr Globo se metió el chicle en la boca y cerró los ojos para saborearlo mejor. Tras unos segundos los abrió con una gran sonrisa.

—¡Qué maravilla! —exclamó.

Los hermanos mayores se apresuraron a meterse un chicle en la boca. Al momento, empezaron a oír música de acordeón; a olieron a croissant recién hecho; les salía hablar en francés y lo que es peor, ¡se sentían artistas! Escupieron el chicle indignados.

—¡Padre querido! —exclamaron—¿Qué clase de chicle es este? ¿a quién le va a gustar este sabor? ¡Esto solo gusta a los raros!

—¿Eso creéis? —dudó el Sr Globo—. No sé, tal vez sea un poco extravagante…

—¡No y no, queridísimo padre! —insistieron Ignatius y Cornelius—. Sería la ruina de tu imperio. Con los años que has consagrado a levantarlo…que traiga un chicle que guste a todo el mundo o seremos nosotros tus herederos ¡…y en una semana!

El Sr Globo miró con pena a su hijo:

—Petruscus hijo mío…

—-Mañana mismo traeré uno nuevo, padre querido—respondió Perico—. Y le gustará a todo el mundo.

¿Qué clase de chicle es este? ¿a quién le va a gustar este sabor? ¡Esto solo gusta a los raros!

Al día siguiente, Perico presentó a su padre y hermanos su ultimo chicle. Ignatius y Cornelius estaban impacientes y no esperaron a que su padre lo probara. Tomaron el chicle y ceñudos se lo metieron en la boca.

Enormes lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de los hermanotes que miraban a su alrededor como si descubrieran el mundo por primera vez. Se miraron, se sonrieron, asintieron y dirigiéndose a su padre y a Perico, los rodearon con un gran abrazo.

—Querido padre —dijeron, todo humildad y dulzura—, no hay duda de que nuestro Perico merece ser tu sucesor.

—¿Qué es este chicle Petruscus, hijo mío? —preguntó el padre, conmocionado.

—Mi chicle sabe a amor, padre.

Al día siguiente, por unanimidad, Perico fue nombrado presidente de la fábrica de chicles más grande del mundo y Augusto Globo se retiró feliz de saber que grandes cosas deparaban a la Historia del chicle. Ignatius y Cornelius, tras un gran abrazo, partieron a los Mares del Sur, a la pesca del pez espada.

Puntuación: 5 de 5.

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